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¡Cruz! Ese instrumento de tortura que inventaron los romanos y en el cual, según los evangelios, los judíos colgaron a nuestro salvador. Cruz, maderos cruzados que habrán de convertirse en el símbolo por excelencia de la redención humana. Un símbolo tan persuasivo y magnético como no habrá ningún otro en la historia de la humanidad.
La cruz demanda respeto, reverencia y lo mejor de todo, infunde temor en el infiel, en el enemigo de la Iglesia, en los herejes. No era suficiente con ser monja, había que refrendar aun más esta posición para quedar libre de cualquier sospecha y hacerlos caer en el juego.
De la Cruz fue la estocada final.
La cruz, estandarte del santo oficio, el enemigo por excelencia de las mentes brillantes, el adulterador de la historia, el detractor de las ciencias como suelen llamarnos.
Sí, está decidido: Sor Juana Inés de la Cruz será tu nombre de religiosa.
—Juana Inés de la Cruz, madre. Con ese nombre quiero ser conocida entre mis hermanas y con ese mismo nombre me pongo al servicio de Dios y de la santa madre Iglesia, para honrar a ambos profesando en esta orden —respondiste con esa voz sublime y seductora que no dejó lugar a dudas de que tu alma había nacido para ser consagrada.