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Robaste la llave de la biblioteca. La tomaste del cajón donde don Pedro guardaba algunos de sus objetos de valor. Tu abuelo no hallaba razón alguna de guardarlos bajo llave, tenía absoluta confianza en su parentela, confianza en su mujer, en ti, su nieta preferida y hasta en los criados.

Confianza que tú traicionaste sin empacho cuando abriste el cajón y hurgaste, en medio de algunas joyas, documentos y cosas. Ahí estaba, preciosa, la llave que te daría acceso al tesoro más grande: el conocimiento.

Esta era la llave de la caja de Pandora. La abriste siendo apenas una niña y tendrías que padecer todas las calamidades que sobre ti iban a venir a lo largo de tu vida. Para abrirla solo tuviste que robar, para cerrarla habrías de mentir, seducir, traicionar y hasta matar.

Y así, en unas cuantas noches, te enteraste de aquellas ejemplares vidas. Una de ellas te cautivó: Juana “la niña guerrera”, a la que calumniaron y vilipendiaron por considerarla una loca, una bruja que decía escuchar la voz de Dios ordenándole tomar las armas y recuperar su patria, para después abandonarla y consumirla no con su amor, sino con las llamas del infierno.

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