Читать книгу Hay quienes eligen la oscuridad (versión latinoamericana). Cinco mujeres desaparecidas y ningún culpable онлайн

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Sentado en la banqueta, de espaldas a su víctima, se tomó un momento para recuperar el control de las emociones. Cuando estuvo listo, giró hacia el cuerpo de la mujer para comenzar con la limpieza y prepararlo para el transporte del día siguiente. Una vez que terminó todo, cerró con llave y subió al vehículo. El trayecto hasta su casa no logró aplacar los efectos residuales de La Euforia. Al estacionar frente a la entrada, vio que la casa estaba a oscuras, lo que le produjo alivio. Seguía temblando, y no hubiera podido desarrollar una conversación normal. Una vez dentro, dejó la ropa en la lavadora, se dio una rápida ducha y se acostó.

Ella se movió al sentir que él se cubría con la sábana.

—¿Qué hora es? —preguntó con los ojos cerrados y la cabeza hundida contra la almohada.

—Tarde. —La besó en la mejilla—. Sigue durmiendo.

Ella deslizó una pierna por encima del cuerpo de él y un brazo por sobre su pecho. Él permaneció de espaldas, contemplando el techo. Por lo general, cuando volvía a su casa, le tomaba horas tranquilizarse. Cerró los ojos y trató de controlar la adrenalina que le corría por las venas. Revivió las últimas horas en su mente. Nunca lograba recordar todo con claridad enseguida. En las semanas siguientes, los detalles irían volviendo a él. Pero hoy, detrás de los párpados cerrados, sus ojos se movían de un lado a otro agitados por los fogonazos que le enviaba el centro de la memoria. El rostro de su víctima. El terror en sus ojos. El lazo ajustado alrededor de su cuello.

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