Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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—¿Te has enamorado de mí? —me dijo al oído—. Si no, ¿por qué tenía que venir sola?

—Ése es el secreto del castillo de Rackrent. Dile al chófer que se vaya y vuelva dentro de una hora.

—Vuelva dentro de una hora, Ferdie —y en un murmullo grave—. Se llama Ferdie.

—¿La gasolina le afecta a la nariz?

—No creo —dijo inocentemente—. ¿Por qué?

Entramos. Para mi sorpresa y confusión no había nadie en el cuarto de estar.

—Bueno, esto sí que tiene gracia.

—¿Qué tiene gracia?

Volvió la cabeza a la vez que sonaban unos golpes suaves y solemnes en la puerta. Fui a abrir. Era Gatsby, pálido como la muerte; con las manos hundidas como pesas en los bolsillos de la chaqueta, sobre un charco de agua, me miraba trágicamente a los ojos.

Con las manos todavía en los bolsillos de la chaqueta, cruzó a mi lado el recibidor majestuosamente, giró de pronto como si anduviera sobre un alambre, y desapareció en la sala de estar. No tenía ninguna gracia. Consciente de cómo me latía el corazón, le cerré la puerta a la lluvia, que iba en aumento.

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