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En verdad, al hombre que siempre tiene esta dama hásele de llamar filósofo, no obstante no esté todavía en el último acto de filosofía, puesto que por el hábito sólo había de llamársele con otro nombre. De aquí que llamemos virtuoso, no solamente cuando ejercita la virtud, sino con que tenga el hábito de la virtud; y decimos facundo a un hombre, no solamente cuando habla, sino por el hábito de la facundia, es decir, del bien hablar. Y de esta filosofía, en cuanto participa de ella la humana inteligencia, serán los elogios siguientes, para demostrar cómo gran parte de su bondad ha sido concedida a la humana naturaleza. Digo, por lo tanto, después: Su ser tanto complace a Aquel que se lo dio, del cual como de la primera fuente, se deriva, por lo que siempre atrae la capacidad de nuestra naturaleza, la cual hace bella y virtuosa. De aquí que, puesto que al hábito de aquélla lleguen algunos, no llega ninguno a tanto que se pueda decir hábito propiamente, porque el primer estudio, es decir, aquel por el cual se engendra el hábito, no puede conquistarla perfectamente. Y aquí se ve su última alabanza: que perfecta o imperfecta, no pierde su nombre de perfección. Por ésta su desmesura se dice que el alma de la filosofía lo manifiesta en cuanto consigo lleva, es decir, que Dios pone siempre en ella algo de su luz. Donde se quiere recordar lo que antes se ha dicho de que Amor es forma de la filosofía; y por eso aquí se le llama su alma. El cual amor está manifiesto en el ejercicio de la sabiduría, ejercicio que lleva consigo admirables bellezas, es decir, contentamiento en toda condición de tiempo y desprecio de todas aquellas cosas que se adueñan de los demás. Por lo cual sucede que los demás míseros que tal consideran pensando en su falta, luego del deseo de perfección, cae en trabajo de suspiros; y esto es aquello que dice: Y los ojos de los que están donde ella luce, mensajeros envían al corazón lleno de deseos, que toman aire y se transforman en suspiros.

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