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Sabiduría: «Quien arroja de sí la sabiduría y la doctrina, es infeliz», lo cual es privación de felicidad. Por el hábito de la sabiduría se sigue que se adquiere el estar feliz y contento, según la opinión del filósofo. Con lo cual se ve cómo en el continente de ésta se muestran cosas del Paraíso; y por eso se lee en el libro citado de Sabiduría, hablando de ella: «Es candor de la luz eterna, espejo sin mancha de la majestad de Dios».
Luego, cuando se dice: Deslumbran nuestro intelecto, me disculpo diciendo que poco puedo hablar de aquéllas por su sobrepujanza. Donde se ha de saber que en cierto modo estas cosas deslumbran nuestro intelecto, en cuanto ciertas cosas afirman ser lo que nuestro intelecto no puede mirar, a saber: Dios, la eternidad y la primera materia; las cuales ciertamente no se ven, y su existencia es con toda fe creída. Y aun aquello que son, no podemos entender sino negando cosas; y así se puede llegar a su conocimiento y no de otra manera. En verdad, puede aquí dudar mucho acerca de cómo puede ser que la sabiduría haga al hombre bienaventurado, no pudiendo mostrarle ciertas cosas con perfección, puesto que es natural en el hombre el deseo de saber, y sin cumplir su deseo, no puede ser bienaventurado. A esto se puede responder claramente que en toda cosa se mide el deseo natural según la posibilidad de la cosa deseada; de otro modo iría contra sí mismo, lo cual es imposible, y la naturaleza lo hubiera hecho en vano, lo cual es también imposible. «Iría en contra», porque, deseando su perfección, desearía su imperfección, puesto que desearía desearse siempre e mismo y no cumplir jamás su deseo. Y en este error cae el avaro maldito y no se da cuenta de que desea desearse siempre, al correr tras el número imposible de alcanzar. Lo habría, además, la «naturaleza hecho en vano», porque no estaría ordenado a fin alguno; y por eso el humano deseo está medido en esta vida por la ciencia que aquí se puede tener, y no pasa a aquel puesto sino por error, el cual está fuera de la intención natural. Y así está medido en la naturaleza angélica y cumplido en cuanto lo está en la sabiduría que la naturaleza de cada cual puede aprender. Y ésta es la razón de por qué los santos no se tienen envidia entre sí; porque cada cual añade el objeto de su deseo, el cual deseo está medido con la naturaleza de la bondad. De aquí que, como quiera que conocer a Dios y decir de algunas cosas lo que son no le es posible a nuestra naturaleza, nosotros, por naturaleza, no deseamos saberlo, y con esto está resuelta la duda.