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Luego, cuando digo: Su beldad llueve resplandores de fuego, desciendo a otro placer del Paraíso, es decir, de la felicidad secundaria en relación a esta primera, la cual de su belleza procede. Donde se ha de saber que la moralidad es la belleza de la filosofía; porque del mismo modo que la belleza del cuerpo resulta de sus miembros, en cuanto están debidamente proporcionados, así la belleza de la sabiduría, que es cuerpo de la filosofía, como se ha dicho, resulta de la proporción de las virtudes morales, que hacen gustar aquélla sensiblemente. Y por eso digo que su beldad, es decir, moralidad, llueve resplandores de fuego, es decir, recto apetito, que se engendra en el placer de la doctrina moral; el cual apetito se aparta, no sólo de los vicios naturales, sino también de los demás. Y de aquí nace esa felicidad que Aristóteles define en el primero de la Ética, diciendo que es «operación conforme a virtud en vida perfecta».
Y cuando dice: Por eso la dama que vea su belleza, sigue en alabanza de ésta. Grítole a la gente que la siga, diciéndoles su provecho; es decir, que por seguirla a ella todo el mundo llega a ser bueno. Por eso dice: La dama, es decir, el alma, que oiga censurar su belleza por no mostrarse cual conviene que se muestre, mírese en este ejemplo. Donde se ha de saber que las costumbres son bellezas del alma, y las virtudes principalmente, las cuales, a veces, ya sea por vanidad o por soberbia, parecen menos bellas o menos gratas. Y por eso digo que para huir de ello miren a ésta; es decir, allí donde es ejemplo de humildad; esto es, en aquella parte de ella que se llama filosofía moral. Y añado que mirando a ésta -a la sabiduría, digo- en esta parte, todo vicioso se volverá recto y bueno. Y por eso digo: Ésta que humilla a todo ser perverso; esto es, convierte dulcemente a quien se ha inclinado fuera del orden debido.