Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Después, cuando digo: Y pues que me parece que es tiempo de esperar, digo, como se ha dicho, lo que es mi intención tratar. Y aquí no se ha de pasar a la ligera eso de tiempo de esperar, puesto que es el motivo más poderoso de mi actitud; antes bien se ha de ver cómo es de razón que ese tiempo se espera en todas nuestras obras y, principalmente, al hablar. El tiempo, según dice
Aristóteles en el cuarto de la Física, es número de movimiento, conforme al antes y después, y número de movimiento celestial, el cual dispone las cosas de aquí abajo diversamente para recibir alguna infusión; porque la tierra está dispuesta de un modo al principio de la primavera para recibir la infusión de las hierbas y las flores, y de otro modo en invierno, y de distinto modo está dispuesta una estación para recibir una semilla que otra. Y así, nuestra mente, en cuanto está fundada en la complexión del cuerpo, que tiene que seguir la circunvolución del cielo, está dispuesto de modo diferente en un tiempo que en otro. Por lo cual, las palabras, que son como semilla de obras, débense sostener y abandonar con mucha discreción, ya porque sean bien recibidas y fructifiquen, ya porque, por su parte, no haya defecto de esterilidad. Y por eso se ha tener en cuenta el tiempo, tanto por el que habla como por el que ha de oír; porque si el que habla está mal dispuesto, las más de las veces son perjudiciales sus palabras, y si el oyente está mal dispuesto, son mal recibidas las buenas. Y por eso dice Salomón, en el Eclesiastés: «Tiempo hay de hablar, tiempo hay de callar». Por lo que yo, sintiéndome turbado en mi ánimo, por el motivo que se ha dicho en el capítulo precedente, para hablar de amor, me pareció que era tiempo de esperar, lo cual lleva consigo el fin de todo deseo y se presenta, casi como donante, a quienes no les duele esperar. Pues dice Santiago Apóstol, en el quinto capítulo de su Epístola: «He aquí el agricultor que espera el precioso fruto de la tierra, esperando pacientemente hasta que reciba lo del tiempo y lo tardío». Porque todas nuestras desazones, si buscamos bien su origen, proceden casi por entero de no saber aprovechar el tiempo.