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Por último, cuando digo: Y comenzando llanto a aquel señor, llamo a la verdad por que venga a mí; la cual es el señor que mora en los ojos, es decir, en las demostraciones de la filosofía. Y señor es porque, desposada con él, es señora del alma, y de otra manera es sierva, privada de toda libertad.
Y dice: por el cual de sí misma se enamora, como quiera que esa filosofía, que es -como se ha dicho en el Tratado precedente- ejercicio amoroso de sabiduría, se contempla a sí misma cuando se le muestra la belleza de sus propios ojos. Y ¿qué quiere decir esto sino que el alma filósofa no sólo contempla esa verdad, sino que contempla su propia contemplación y la belleza de ésta, volviéndose sobre sí misma y enamorándose de sí misma por la belleza de su primera mirada? Y así termina lo que a modo de proemio encierra en sus tres miembros el texto del presente Tratado.
III
Visto el sentido del proemio, hay que seguir el Tratado, y por mejor mostrarlo, es menester dividirlo en sus partes principales, que son tres: en la primera de las cuales se trata de la nobleza, según las opiniones ajenas; en la segunda se trata de ella según la verdadera opinión; en la tercera se dirige el discurso a la canción para adornar un poco lo ya dicho. La segunda parte comienza: Digo que la virtud principalmente. La tercera comienza: Irás, oh mi canción, contra el que yerre Y después de estas partes generales, es menester hacer otras divisiones para comprender bien el sentido que se ha de mostrar. Y así nadie se maraville de que se proceda con tantas divisiones, puesto que obra muy grande y elevada es la que tenemos entre manos, y pocas veces intentada por los autores, y así es menester que el Tratado, en el cual entro ahora, sea largo y sutil para desintrincar el texto perfectamente, según el sentido que lleva consigo.