Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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En cuanto a la crianza de sus hijos, las teorías de Carlos eran mucho mejores que las de su mujer y su práctica no era mala.
-Podría educarlos muy bien si María no se metiese -solía decir a Ana. Y ésta lo creía firmemente.
Pero luego tenía que escuchar los reproches de María:
-Carlos malcría a los chicos de tal modo que me es imposible hacerles obedecer.
Y nunca sentía la menor tentación de decirle: “Es cierto”.
Una de las circunstancias menos agradables de su residencia en Uppercross era que todos la trataban con demasiada confianza y que estaba demasiado al tanto de las ofensas de cada casa. Como sabían que tenía alguna influencia sobre su hermana, una y otra vez acudían a ella o por lo menos le insinuaban que interviniese hasta más allá de lo que estaba en sus manos.
-Me gustaría que convencieras a María de que no esté siempre imaginándose enferma -le decía Carlos.
Y María, en tono compungido, exclamaba:
-Carlos, aunque me viese muriéndome, no creería que estoy enferma. Estoy segura, Ana, de que si tú quisieras podrías convencerlo de que estoy en verdad muy enferma, mucho peor de lo que parece.