Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Luego María declaraba:
-Me disgusta terriblemente mandar a los chicos a la Casa Grande, a pesar de que su abuela los reclama constantemente, porque los subleva y los mima demasiado además de darles una porción de porquerías y dulces, con lo cual no hay día que no vuelvan a casa enfermos o cargantes hasta que se acuestan.
Y la señora Musgrove aprovechaba la primera oportunidad de estar a solas con Ana para decirle:
-¡Ay, señorita Ana! ¡Ojalá mi nuera aprendiese un poco de su manera de tratar a los niños! ¡Son tan diferentes con usted esas criaturas! Porque no sabe usted cuán malcriados están. Es una lástima que no pueda usted convencer a su hermana de que los eduque mejor. Son los chicos más guapos y sanos que he visto nunca; pobrecillos míos, la pasión no me ciega; pero la mujer de Carlos no tiene idea cómo debe educarlos. ¡Virgen santa! ¡A veces se ponen insufribles! Le aseguro, señorita Ana, que me quitan el gusto de verlos en casa tan a menudo como quisiera. Sospecho que la mujer de Carlos está un poco resentida porque no los invito a venir con más frecuencia; pero ¿usted sabe lo molesto que es estar con chiquillos cuando hay que bregar con ellos a cada momento diciéndoles: “No hagas eso, no hagas aquello”? Y si una quiere estar un poco tranquila, no tiene otro recurso que darles más pasteles de los que les convienen.