Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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La larga pradera bordeaba un sendero, cuya vuelta final debían cruzar; y cuando toda la comitiva hubo llegado al portal de salida, el coche que se había oído marchar en la distancia por largo tiempo llegó hasta ellos, y resultó ser el birlocho del almirante Croft. El y su esposa acababan de realizar el proyectado paseo y regresaban a casa. Después de enterarse de la larga caminata hecha por los jóvenes, amablemente ofrecieron un asiento a cualquiera de las señoras que se encontrara particularmente cansada; de esta forma le evitarían andar una milla y, por otra parte, proyectaban cruzar Uppercross. La invitación fue general, pero todas la declinaron. Las señoritas Musgrove no se sentían fatigadas para nada; en cuanto a María, o bien se sintió ofendida de que no le hubiesen preguntado primero, o bien el orgullo de los Elliot se sublevó ante la idea de hacer de tercero en la silla de un pequeño birlocho.
La partida había cruzado ya el sendero y subía por el declive opuesto, y el almirante había puesto en movimiento su caballo cuando el capitán Wentworth se aproximó para decir algo a su hermana. Qué era pudo adivinarse por el efecto causado.