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Ana, realmente cansada, se alegraba de sentarse; y bien pronto oyó al capitán Wentworth y a Luisa marchando detrás del cerco, en busca del camino de vuelta entre el rudo y salvaje sendero central. Venían hablando. La voz de Luisa era la más distinguible. Parecía estar en medio de un acalorado discurso. Lo primero que Ana escuchó fue:

-Y por esto la hice ir. No podía soportar la idea de que se asustara de la visita por semejante tontería. Qué, ¿habría acaso yo dejado de hacer algo que he deseado hacer y que creo justo por los aires y las intervenciones de una persona semejante, o de cualquier otra persona? No, por cierto que no es tan fácil hacerme cambiar de idea. Cuando deseo hacer algo, lo hago. Y Enriqueta tenía toda la determinación de ir a Winthrop hoy, pero lo hubiera abandonado todo por una complacencia sin sentido.

-¿Entonces se hubiera vuelto, de no haber sido por usted?

-Así es. Casi me avergüenza decirlo.

-¡Suerte para ella tener un criterio como el de usted a mano! Después de lo que me ha dicho, y de lo que yo mismo he observado la última vez que los vi juntos, no me cabe la menor duda de lo que está ocurriendo. Me doy cuenta de que no es sólo una visita de cortesía a su tía. Gran dolor espera a ambos, cuando se trate de asuntos importantes para ellos cuando se requieran en realidad certeza y fuerza de carácter, si ya ella no tiene determinación para imponerse en una niñería como ésta. Su hermana es una criatura encantadora, pero bien veo que es usted quien posee un carácter decidido y firme. Si aprecia la felicidad de ella, procure infundirle su espíritu. Esto, sin duda, es lo que usted ya está haciendo. El peor mal de un carácter indeciso y débil es que jamás se puede contar con él enteramente. Jamás podemos tener la certeza de que una buena impresión sea duradera. Cualquiera puede cambiarla; dejemos que sean felices aquellos que son firmes. ¡Aquí hay una nuez! -exclamó, cogiendo una de una rama alta-. Tomemos este ejemplo; una hermosa nuez, que, dotada de fuerza original, ha sobrevivido a todas las tempestades del otoño. Ni un punto, ni un rincón débil. Esta nuez -prosiguió con juguetona solemnidad-, mientras muchas de las de su familia han caído y han sido pisoteadas, es aún dueña de toda la felicidad que puede poseer una nuez. -Luego, volviendo a su tono habitual, continuó-: Mi mayor deseo para todas aquellas personas que me interesan es que sean firmes. Si Luisa Musgrove desea ser feliz en el otoño de su vida, debe preservar y emplear todo el poder de su mente.

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