Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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-¡Oh, no! -dijo Carlos Musgrove.
-No, no -dijo Luisa con mayor energía y, llevando a su hermana a un pequeño rincón, pareció argumentar con ella airadamente sobre el asunto.
Carlos, por otra parte, deseaba ver a su tía, ya que el destino los había llevado tan cerca. Era asimismo evidente que, temeroso, trataba de inducir a su esposa a que los acompañara. Pero éste era uno de los puntos en los que la dama mostraba su tenacidad, y así, pues, cuando se le recomendó la idea de descansar un cuarto de hora en Winthrop, ya que estaba agotada, respondió:
-¡Oh, no, desde luego que no! -segura de que el descenso de aquella colina le ocasionaría una molestia que no recompensaría ningún descanso en aquel lugar. En una palabra, sus ademanes y sus modos afirmaban que no tenía la más remota intención de ir.
Después de una serie de debates y consultas, convinieron con Carlos y sus dos hermanas que él y Enriqueta bajarían por unos pocos minutos a ver a su tía, mientras el resto de la partida los esperaría en lo alto de la colina. Luisa parecía la principal organizadora del plan; y como bajó algunos pasos por la colina hablando con Enriqueta, María aprovechó la oportunidad para mirarla, desdeñosa y burlona, y decir al capitán Wentworth: