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-¿No es éste uno de los caminos que conducen a Winthrop?

Pero nadie la escuchó, o al menos, nadie respondió.

Winthrop, o sus alrededores, donde los jóvenes solían vagabundear, era el lugar al que se dirigían. Una larga marcha entre caminos donde trabajaban los arados, y en los que los surcos recién abiertos hablaban de las tareas del labrador, iban en contra de la dulzura de la poesía y sugerían una nueva primavera. Llegaron entonces a lo alto de una colina que separaba a Uppercross de Winthrop y desde donde se podía contemplar una vista completa del lugar, al pie de la elevación.

Winthrop, nada bello y carente de dignidad, se extendía ante ellos; una casa baja, insignificante, rodeada de las construcciones y edificios típicos de una granja.

María exclamó:

-¡Válgame Dios! Ya estamos en Winthrop. No tenía idea de haber caminado tanto. Creo que deberíamos volver ahora; estoy demasiado cansada.

Enriqueta, consciente y avergonzada, no viendo aparecer al primo Carlos por ninguno de los senderos ni surgiendo de ningún portal, se disponía a cumplir con el deseo de María.

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