Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Las voces se alejaban y Ana no pudo oír más. Sus propias emociones la mantuvieron quieta. El destino fatal del que escucha no podía aplicársele enteramente. Había oído hablar de ella misma, pero no había oído hablar mal y, sin embargo, aquellas palabras eran de dolorosa importancia. Supo entonces cómo consideraba su propio carácter el capitán Wentworth. Y el sentimiento y la curiosidad adivinados en las palabras de él la agitaban en extremo.
Tan pronto pudo, fue a reunirse con María, y ambas se dirigieron a su primitivo puesto. Pero sólo sintió un alivio cuando todos se encontraron de nuevo reunidos y la partida se puso en marcha. Su estado de ánimo requería de la soledad y del silencio que pueden hallarse en un grupo numeroso de personas.
Carlos y Enriqueta volvieron acompañados, como era de presumir, por Carlos Hayter. Los detalles de todo este asunto Ana no podía entenderlos; hasta el capitán Wentworth parecía no estar del todo enterado. Era evidente, sin embargo, cierto retraimiento de parte del caballero, y cierto enternecimiento de parte de la dama, como asimismo que ambos se alegraban de verse nuevamente. Enriqueta parecía un poco avergonzada, pero su dicha era evidente. En cuanto a Carlos Hayter, se le notaba demasiado feliz, y ambos se dedicaron el uno a la otra casi desde los primeros pasos de la vuelta a Uppercross.