Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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Vi que, por alguna razón particular, había decidido no asistir al funeral, así que me puse de pie.
—¿Ha ido usted a la universidad? —preguntó de improviso.
Por un momento pensé que iba a proponerme una «coneggsión», pero se limitó a asentir y estrecharme la mano.
—Tenemos que aprender a demostrarle nuestra amistad a un hombre cuando está vivo y no después de muerto —sugirió—. Después mi regla es no mover las cosas.
Cuando salí del despacho el cielo se había oscurecido y lloviznaba al llegar a West Egg. Me cambié de ropa, me acerqué a la casa vecina y encontré a mister Gatz paseando por el vestíbulo, emocionado. El orgullo por su hijo y las posesiones de su hijo no había dejado de crecer y quería enseñarme algo.
—Jimmy me mandó esta foto —sacó la billetera con dedos temblorosos—. Mire.
Era una fotografía de la casa, rota por las esquinas y sucia de muchas manos. Me señaló cada detalle con fervor. «¡Mire esto!», y buscaba admiración en mis ojos. La había enseñado tantas veces que creo que para él era más real que la casa misma.