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Amaneció, y dirigí mis pasos hacia la ciudad; las puertas estaban abiertas y me encaminé hacia la casa de mi padre. Mi primera idea fue comunicar a todo el mundo lo que sabía del asesino y proponer que se organizara una persecución inmediata. Pero me contuve cuando pensé en la historia que tendría que contar. Me había encontrado a medianoche en los precipicios de una montaña inaccesible con un ser… al que yo mismo había creado y al que había dotado de vida. La historia era de todo punto inconcebible, y sabía bien que si cualquier otro me la hubiera contado a mí, la habría considerado como el producto enloquecido de un delirio. Además, la extraña naturaleza de la bestia conseguiría eludir la persecución, aun cuando yo consiguiera que me creyeran y los convenciera para que la pusieran en marcha. Además, ¿de qué serviría una persecución? ¿Quién podría arrestar a una criatura capaz de escalar las paredes verticales del Monte Salêve? Estas ideas me convencieron y decidí guardar silencio.

Eran alrededor de las cinco de la mañana cuando entré en casa de mi padre. Les pedí a los criados que no despertaran a la familia y fui a la biblioteca para esperar a que se hiciera la hora en que solían levantarse. Habían transcurrido cinco años —habían pasado como un sueño, salvo por una marca indeleble— y ahora me encontraba en el mismo lugar en el que había abrazado a mi padre por última vez antes de mi partida hacia Ingolstadt. ¡Querido y venerado padre! Aún me quedaba él. Observé un retrato de mi madre, que colgaba sobre la chimenea. Era una pintura histórica, un retrato realizado por encargo de mi padre, y representaba a Caroline Beaufort, desesperada de dolor, arrodillada junto al ataúd de su querido padre. Su atuendo era rústico, y sus mejillas aparecían pálidas; pero había un aire de dignidad y belleza que difícilmente admitía un sentimiento de compasión. Debajo de este cuadro había un retrato en miniatura de William, y se me saltaron las lágrimas cuando me detuve en él. Cuando así estaba absorto, entró Ernest… me había oído llegar, y había bajado apresuradamente a recibirme. Mostró una inmensa alegría al verme.

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