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Permanecí inmóvil; los truenos cesaron, pero la lluvia aún continuó cayendo, y la escena quedó envuelta en una impenetrable oscuridad. Volví a pensar una vez más en los acontecimientos que, hasta ese momento, solo había intentado obviar: todos los pasos que di hasta completar mi creación, el resultado del trabajo de mis propias manos, vivo y junto a mi cama, y su desaparición. Casi habían transcurrido dos años desde la noche en la que se le dio la vida, ¿y aquel había sido su primer crimen? ¡Dios mío! Había arrojado al mundo a un engendro depravado cuyo único placer era el asesinato y el crimen, porque… ¿acaso no había asesinado a mi hermano?

Nadie puede imaginar la angustia que viví durante el resto de la noche, que pasé helado y empapado, a la intemperie. Pero no sentía las inclemencias del tiempo; mi imaginación estaba demasiado ocupada en escenas de maldad y desesperación. Pensé en el ser a quien había arrojado en medio de la humanidad y a quien había dotado de voluntad y de poder para ejecutar sus horrorosos proyectos, como aquel que había llevado a cabo, casi como si fuera mi propio vampiro, mi propio espíritu liberado de la tumba y obligado a destruir a todos aquellos que yo amaba.

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