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Vuelve, Victor, pero no regreses albergando ideas de venganza contra el asesino, sino con sentimientos de paz y cariño que puedan curar las heridas de nuestro espíritu, en vez de abrirlas. Entra en esta casa de luto, hijo querido, pero con dulzura y afecto para aquellos que te aman, y no con odio hacia tus enemigos.

Tu desdichado padre, que te quiere,

ALPHONSE FRANKENSTEIN.

Clerval, que había estado observando mi rostro mientras leía la carta, se sorprendió al observar la desesperación que sucedía a la alegría que mostré al recibir noticias de mis seres queridos. Tiré la carta en la mesa y me cubrí el rostro con las manos.

—Mi querido Frankenstein —exclamó Henry cuando me vio llorar con amargura—, ¿es que siempre tienes que estar triste? Amigo mío, ¿qué ha ocurrido?

Le indiqué que cogiera la carta y la leyera, mientras yo iba de un lado a otro de la habitación, nervioso hasta la desesperación. Los ojos de Clerval también derramaron lágrimas cuando leyó el relato de mi desgracia.

—No puedo consolarte de ningún modo, amigo mío —dijo—. Tu tragedia es irreparable. ¿Qué piensas hacer?

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