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CAPÍTULO 13

Ni siquiera puedo intentar describir lo que sentí entonces. Ya había experimentado sensaciones de horror anteriormente; y he tratado de expresarlo con las palabras adecuadas, pero en este caso las palabras no pueden proporcionar en absoluto una idea ajustada de la insoportable y nauseabunda desesperación que tuve que soportar. La persona a la que yo me había dirigido también añadió que Justine ya había confesado su culpabilidad.

—Esa confesión —apuntó— era casi innecesaria en un caso tan evidente, pero me alegro de que lo haya hecho; y, es más, a ninguno de nuestros jueces le gusta condenar a un criminal basándose en pruebas circunstanciales, aunque sean tan decisivas como en este caso.

Cuando regresé a casa, Elizabeth me pidió con ansiedad que le dijera cuál era el resultado.

—Prima mía —contesté—, se ha decidido lo que imaginas: todos los jueces prefieren que diez inocentes sean castigados antes que permitir que un culpable pueda escapar; de todos modos, ha confesado.

Aquello fue un nefasto golpe para la pobre Elizabeth, que había confiado firmemente en su inocencia.

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