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Los días transcurrían ahora tan apaciblemente como antes, con un único cambio: que la alegría había ocupado el lugar de la tristeza en los rostros de mis amigos. Safie estaba siempre alegre y feliz; ella y yo mejoramos rápidamente en el conocimiento de la lengua, de tal modo que en dos meses comencé a comprender la mayoría de las palabras que pronunciaban mis protectores.

Mientras tanto, también la tierra negra se cubrió de hierba, y las verdes laderas quedaron salpicadas con innumerables flores, dulces para el olfato y para la vista, estrellas de pálido fulgor en medio de los bosques iluminados por la luna; el sol empezó a calentar más, las noches se hicieron claras y suaves; y mis vagabundeos nocturnos eran un inmenso placer para mí, aunque fueran considerablemente más cortos debido a que la puesta de sol era muy tardía y el sol amanecía muy pronto; porque nunca me aventuré a salir a la luz del día, temeroso de que me dieran el mismo trato que había sufrido antaño en la primera aldea en la que entré.

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