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No puedo explicaros la angustia que aquellas reflexiones me producían; intenté olvidarlas, pero el conocimiento solo logró aumentar mi pesadumbre. ¡Oh…! ¡Ojalá me hubiera quedado para siempre en mi bosque primero, sin saber ni sentir nada más que el hambre, la sed o el calor…!

¡Qué cosa más extraña es el conocimiento! Cuando se ha adquirido, se aferra a la mente como el liquen a la roca. A veces deseaba sacudirme todas las ideas y todos los sentimientos; pero aprendí que solo había un modo de superar la sensación de dolor, y era la muerte… un estado que temía, aunque no lo comprendía. Admiraba la virtud y los buenos sentimientos, y adoraba las amables costumbres y las encantadoras cualidades de mis granjeros; pero yo quedaba excluido de cualquier relación con ellos, excepto a través de medios que yo me procuraba a hurtadillas, cuando nadie me veía ni sabía de mi existencia, y que, más que satisfacer, aumentaban el deseo que tenía de ser uno más entre mis amigos. Las amables palabras de Agatha y las divertidas sonrisas de la encantadora árabe no eran para mí. Los buenos consejos del anciano y la animada conversación del enamorado Felix no eran para mí. ¡Miserable, infeliz desgraciado…!

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