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El turco inmediatamente percibió la impresión que su hija había causado en el corazón de Felix, e intentó asegurar su colaboración con la promesa de concederle su mano en matrimonio. Felix era demasiado noble como para aceptar aquella oferta, aunque observaba aquella posibilidad como la culminación de toda su felicidad.

A lo largo de los días siguientes, mientras proseguían los preparativos para la fuga del mercader, el entusiasmo de Felix se encendió aún más por varias cartas que recibió de aquella encantadora muchacha, que halló el medio para expresar sus pensamientos en la lengua de su amante con la ayuda de un anciano, un criado de su padre que sabía francés. Le agradecía a Felix, en los términos más vehementes, su bondadoso gesto, y al mismo tiempo lamentaba discretamente su propio destino. Tengo copias de aquellas cartas, porque durante mi estancia en el cobertizo encontré medios para procurarme recado de escribir, y a menudo esas misivas estuvieron en manos de Felix y Agatha. Antes de separarnos, os las entregaré; así quedará probada la veracidad de mi historia; pero por el momento, como el sol ya comienza a declinar, solo tendré tiempo para repetiros lo sustancial de las mismas. Safie le explicaba que su madre era una árabe cristiana que había sido apresada y convertida en esclava por los turcos. Por su belleza, se ganó el corazón del padre de Safie, que se casó con ella. La joven muchacha hablaba en los términos más elogiosos y entusiastas de su madre, pues, habiendo nacido libre, despreciaba la esclavitud a la que ahora se veía sometida. Instruyó a su hija en los principios de su religión y le enseñó a aspirar a una altura intelectual y a una independencia de espíritu superiores y prohibidas para las mujeres que siguen a Mahoma. Aquella mujer murió, pero sus enseñanzas quedaron impresas indeleblemente en la mente de Safie, que enfermaba ante la idea de regresar de nuevo a Asia y ser enclaustrada entre los muros de un harén, solo con permiso para ocuparse en pueriles entretenimientos que se acomodaban mal al temperamento de su alma, ahora acostumbrada a las ideas elevadas y a la noble emulación de la virtud. La perspectiva de casarse con un cristiano y permanecer en un país donde a las mujeres se les permitía tener un puesto en la sociedad le resultaba especialmente atractiva.

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