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Se fijó el día para la ejecución del turco; pero la noche anterior pudo escapar de la prisión y, antes de que amaneciera, ya se encontraba a muchas leguas de París. Felix se había procurado pasaportes con el nombre de su padre, de su hermana y de sí mismo. Le contó su plan al primero, que colaboró en la añagaza abandonando temporalmente su casa con el pretexto de un viaje y se ocultó con su hija en un lugar apartado de París. Felix condujo a los fugitivos por toda Francia hasta Lyon y luego cruzaron Mont-Cenis hasta llegar a Livorno, donde el mercader había decidido esperar una oportunidad favorable para pasar a África. No pudo negarse a sí mismo el placer de permanecer algunos días en compañía de la árabe, que le manifestó el cariño más sencillo y tierno. Hablaban con la ayuda de un intérprete, y Safie le cantaba las celestiales melodías de su país natal. El turco consintió aquella relación y alentó las esperanzas de los jóvenes enamorados, pero en realidad tenía otros planes bien distintos. Le repugnaba la idea de que su hija pudiera casarse con un cristiano, pero temía las represalias de Felix si se mostraba un tanto tibio, porque era consciente de que aún se encontraba en manos de su libertador, ya que podría denunciarlo a las autoridades de Italia, donde se encontraban en aquel momento. Ideó mil planes que le permitieran prolongar el engaño hasta que ya no fuera necesario… y entonces se llevaría a su hija a África. Las noticias que llegaron de París facilitaron enormemente sus planes.

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