Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

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Otras lecciones se quedaron grabadas en mí, incluso más profundamente. Conocí la diferencia de los sexos; y cómo nacen y crecen los niños; y cómo el padre disfruta de las sonrisas de su hijo, y de las alegres locuras de los muchachos mayores; y cómo toda la vida y los cuidados de la madre se depositan en esa preciosa obligación; y cómo la mente de la juventud se desarrolla y se adquieren conocimientos; y supe de los hermanos, y las hermanas, y todas las infinitas relaciones que unen a unos seres humanos con otros mediante lazos mutuos.

Pero… ¿dónde estaban mis amigos y mis parientes? Ningún padre había visto mis días de infancia, ninguna madre me había bendecido con sonrisas y caricias; y si existieron, toda mi vida pasada no era ya más que una mancha, un vacío oscuro en el cual me resultaba imposible distinguir nada. Desde mi primer recuerdo yo había sido como era en esos momentos, tanto en altura como en proporciones. No había visto a nadie que se me pareciera, ni que quisiera mantener ninguna relación conmigo. ¿Qué era yo? La pregunta surgía una y otra vez, y solo podía contestarla con lamentos.

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