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Encontraron un refugio miserable en una casa de campo en Alemania, donde los encontré. Felix supo que el turco traicionero, por el cual él y su familia soportaba aquella incomprensible opresión, al averiguar que su liberador había sido de aquel modo reducido a la miseria y a la degradación, había traicionado la gratitud y el honor, y había abandonado Italia con su hija, enviándole a Felix una insultante cantidad de dinero para ayudarle, como dijo, a conseguir algún medio para subsistir en el futuro.

Tales eran los acontecimientos que amargaban el corazón de Felix y que lo convertían, cuando lo vi por vez primera, en el miembro más desgraciado de su familia. Él podría haber soportado la pobreza; y si esta humillación hubiera sido la vara de medir su virtud, habría salido muy honrado de ello. Pero la ingratitud del turco y la pérdida de su adorada Safie eran desgracias más amargas e irreparables. Ahora, la llegada de la árabe infundía nueva vida en su alma.

Cuando ella tuvo noticia de que Felix había sido privado de su riqueza y su posición, el mercader ordenó a su hija que no pensara más en su enamorado y que se preparara para regresar a su país natal con él. El generoso carácter de Safie se indignó ante aquella orden. Intentó protestar ante su padre, pero él la despidió furiosamente, reiterando su tiránico mandato.

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