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Pero el Paraíso perdido despertó emociones distintas y bastante más profundas. Lo leí, como había leído los otros libros que habían caído en mis manos, como una historia verdadera. Sacudió en mí todos los sentimientos de asombro y veneración que era capaz de despertar la descripción de un Dios omnipotente combatiendo contra sus criaturas. A menudo comparaba distintas situaciones conmigo mismo, porque su similitud me sobrecogía. Como Adán, yo fui creado aparentemente tal y como era, pero no estaba unido por lazo alguno a ningún otro ser vivo; y su situación era diferente de la mía en otros muchos aspectos. Él había nacido de las manos de Dios como una criatura perfecta, feliz, próspera, y protegida por el amor incondicional de su creador. Se le permitía hablar y adquirir conocimientos de los seres de naturaleza superior; pero yo era un desgraciado, y me encontraba indefenso y solo. Muchas veces pensaba que en realidad pertenecía a la estirpe de Satán; porque a menudo, como él, cuando veía la dicha de mis protectores, la amarga bilis de la envidia me invadía por dentro.

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