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Esas eran mis reflexiones en mis horas de abatimiento y soledad; pero cuando contemplaba las virtudes de los granjeros, su amable y bondadoso carácter, me convencía de que cuando conocieran mi admiración por sus virtudes, tendrían piedad de mí y pasarían por alto la deformidad de mi persona. ¿Serían capaces de cerrarle la puerta a un ser que, aun siendo monstruoso, imploraba su compasión y amistad? Decidí al menos no desesperar, sino prepararme en todos los sentidos para afrontar un encuentro que decidiría mi destino. Pospuse aquella tentativa algunos meses más, porque la importancia de salir con bien de aquella situación me inspiraba un horrible temor a fracasar. Además, descubrí que mi comprensión mejoraba tanto con las experiencias de cada día que no deseaba afrontar aquella empresa hasta que no transcurrieran algunos meses más y adquiriera más conocimientos.

Mientras tanto, varios cambios tuvieron lugar en la casa. La presencia de Safie irradiaba felicidad entre los moradores, y yo también descubrí que allí reinaba una mayor abundancia. Felix y Agatha empleaban más tiempo divirtiéndose y conversando y algunos criados les ayudaban en sus labores. No parecían ricos, pero estaban contentos y felices. Estaban tranquilos y en paz, mientras yo me sentía cada día más miserable. El hecho de aumentar mis conocimientos solo conseguía mostrarme más claramente que era un monstruo proscrito. Yo abrigaba una esperanza, es cierto, pero se desvanecía cuando veía mi imagen reflejada en el agua o incluso cuando observaba mi sombra a la luz de la luna. Intenté apartar aquellos temores y fortalecerme para la prueba que tenía previsto llevar a cabo en el plazo de breves meses; y algunas veces permitía que mis pensamientos, sin el freno de la razón, vagaran por los jardines del Paraíso, y me atrevía a imaginar seres amables y encantadores que comprendían mis sentimientos y consolaban mi tristeza. Sus rostros angelicales me ofrecían sonrisas de compasión. Pero todo era un sueño. No había ninguna Eva que mitigara mis penas ni compartiera mis pensamientos. Estaba solo. Recordé las súplicas de Adán a su creador, pero… ¿dónde estaba el mío? Me había abandonado, y con toda la amargura de mi corazón, lo maldije.

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