Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн

381 страница из 1361

CAPÍTULO 7

El invierno adelantaba y, desde que desperté a la vida, ya se había cumplido todo un ciclo de estaciones. En aquel entonces mi atención estaba únicamente centrada en mi plan para presentarme en casa de mis protectores. Le di mil vueltas a innumerables planes, pero lo que finalmente decidí fue entrar en su hogar cuando el anciano ciego estuviera solo. Yo era lo suficientemente inteligente para saber que la fealdad anormal de mi persona había sido el principal motivo de horror para aquellos que me habían visto antes. Mi voz, aunque desagradable, no tenía nada de terrible. Así pues, pensé que si podía ganarme la benevolencia del anciano De Lacey, en ausencia de sus hijos, podría tal vez de ese modo conseguir que mis jóvenes protectores me aceptaran.

Un día, cuando el sol brillaba sobre las hojas rojas que alfombraban la tierra y esparcía alegría aunque negaba el calor, Safie, Agatha y Felix salieron a dar un largo paseo por el campo, y el anciano, por su propio gusto, se quedó solo en la casa. Cuando sus hijos se marcharon, él cogió su guitarra y tocó varias canciones tristes y dulces, más dulces y tristes que todas las que le había oído tocar hasta entonces. Al principio su rostro parecía iluminado de placer, pero, a medida que cantaba, fue adquiriendo un gesto meditabundo y apesadumbrado; luego apartó el instrumento y se quedó absorto en sus pensamientos.

Правообладателям