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Matlock, que era nuestra siguiente etapa, recordaba en gran medida el paisaje de Suiza; pero todo está en una escala menor, y a las verdes colinas les falta la corona de los lejanos Alpes blancos, que siempre asoman por encima de las montañas cubiertas de pinos en nuestro país. Visitamos la maravillosa gruta y los pequeños gabinetes de historia natural, donde las muestras están dispuestas del mismo modo que aparecen en las colecciones de Servox y Chamonix. Este último nombre me hizo temblar cuando lo pronunció Henry, y me apresuré a abandonar Matlock, donde todo parecía tan relacionado con nuestro país.

Desde Derby, aún viajando hacia el norte, pasamos dos meses en Cumberland y Westmoreland. En aquel lugar, casi podía imaginarme a mí mismo en las montañas suizas. Los pequeños neveros que aún persistían en la cara norte de las montañas, los lagos, y el fragor de los torrentes pedregosos me resultaban paisajes familiares y queridos. Allí también conocimos a personas que casi consiguieron hacerme creer que era feliz. La alegría de Clerval era considerablemente mayor que la mía; su inteligencia se crecía cuando se encontraba en compañía de hombres de talento, y descubrió en sí mismo una capacidad y unas emociones superiores a las que habría sospechado cuando se encontraba con personas menos inteligentes.

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