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Walton - Continuación

Día 26 de agosto

Ya has leído esta extraña y aterradora historia, Margaret, ¿y no sientes que se te hiela la sangre de horror, como se me congela incluso a mí en este preciso instante? A veces, atrapado en un repentino ataque de angustia, no podía continuar su relato; en otras ocasiones, su voz, quebrada y emocionada, profería las palabras que he transcrito. Sus hermosos y encantadores ojos ahora se encendían de indignación, ahora se apagaban hasta el abatimiento más penoso y una infinita desdicha. A veces podía dominar sus gestos y su expresión, y relataba los incidentes más horribles con una voz tranquila, evitando cualquier rastro de conmoción… y entonces, de pronto, estallaba como un volcán, su rostro repentinamente se demudaba y adquiría una expresión de furia salvaje cuando lanzaba esas maldiciones sobre el monstruo que lo acosaba.

Su historia es coherente y la contaba de tal modo que parecía sencillamente la verdad; sin embargo, reconozco, hermana, que las cartas de Felix y Safie, que me mostró, y la aparición del monstruo, que vimos desde el barco, me convencieron más de la verdad de su historia que todas sus afirmaciones, por muy vehementes y coherentes que fueran. Ese monstruo es real, desde luego; no puedo dudarlo; sin embargo, estoy un poco confuso, y me debato entre el asombro y la admiración. A veces intentaba que Frankenstein me contara los particulares de su creación, pero en este punto era inflexible. «¿Está usted loco, amigo mío?», me decía; «¿Adónde pretende llegar con su insensata curiosidad? ¿Acaso también desea usted engendrar un demonio infernal para sí mismo y para el mundo… o qué pretende con esas preguntas? Tranquilo, tranquilo… Aprenda de mis desdichas, y no pretenda aumentar las suyas».

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