Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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¿Qué sentía aquel a quien perseguía? No puedo saberlo. En efecto, en ocasiones dejaba señales escritas en las cortezas de los árboles o grabadas en la piedra, que me guiaban y aguzaban mi furia. «Mi reinado aún no ha terminado», se podía leer en una de aquellas inscripciones; «Vives, y por eso mi poder es absoluto. ¡Sígueme…! Voy en busca de los hielos eternos del norte, donde sentirás el dolor del frío y el hielo, ante los cuales yo no me inmuto. Muy cerca de aquí, si no te retrasas mucho, encontrarás una liebre muerta; cómela y así te repondrás. ¡Vamos, enemigo mío…! Lucharemos a muerte, pero antes de que llegue ese momento, te esperan largas horas de sufrimiento y dolor».
¡Así te burlas, maldito demonio! Vuelvo a jurar venganza, vuelvo a prometer, miserable engendro, que te haré sufrir y te mataré; nunca abandonaré esta persecución, hasta que uno de los dos perezca. Y entonces, con qué placer me uniré a mi Elizabeth y a aquellos que ya preparan para mí la recompensa de mi penosa y horrible peregrinación.