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Al escuchar aquella información, sufrí un pasajero ataque de desesperación. Se me había escapado; y ahora debía comenzar un viaje casi interminable y peligrosísimo por las montañas de hielo que se alzan en el océano… en medio de un frío que pocos seres humanos de aquella parte pueden soportar durante mucho tiempo y en el cual yo, un hombre nacido en un clima amable y soleado, seguramente no sobreviviría. Sin embargo, ante la idea de que aquel demonio pudiera vivir y salir triunfante, mi rabia y mi venganza retornaron, como una poderosa oleada, imponiéndose sobre cualquier otro sentimiento. Después de un ligero descanso, durante el cual los espíritus de los muertos me rodearon y me animaron a continuar en pos de la destrucción y la venganza, me preparé para el viaje.

Cambié mi trineo de tierra por otro preparado para las quebradas del océano helado; y, tras hacer un buen acopio de provisiones, abandoné tierra firme. No sé cuántos días han transcurrido desde entonces, pero he soportado sufrimientos que nada podría haberme capacitado para resistir, salvo el eterno sentimiento de una justa venganza ardiendo en mi corazón. A menudo inmensas y escarpadas montañas de hielo me impedían el paso, y a menudo oía las sacudidas y los estallidos del suelo marino al quebrarse, que amenazaba con destruirme, pero enseguida caía una nueva helada y los caminos del mar volvían a ser seguros. A juzgar por la cantidad de provisiones que he consumido, diría que han transcurrido tres semanas de viaje. El desaliento y el dolor con frecuencia arrancaban amargas lágrimas de mis ojos. En realidad, la desesperación casi había hecho presa en mí y pronto me habría sumido en la más completa miseria. Pero entonces, después de que los pobres animales que me arrastraban alcanzaran, con un increíble sufrimiento, la cima de una montaña de hielo, y se detuvieran para descansar —y uno, incapaz de avanzar, agotado por el esfuerzo, murió—, pude ver angustiado la enorme extensión de hielo que se abría delante de mí; cuando, de repente, mi mirada se detuvo en un punto oscuro en la llanura sombría, agudicé la vista para averiguar qué podría ser y proferí un alarido salvaje de placer cuando distinguí un trineo, perros, y las deformes proporciones de un ser bien conocido. ¡Oh, con qué llamarada de emoción la esperanza volvió a arder en mi corazón! Cálidas lágrimas enturbiaron mis ojos, pero las aparté rápidamente para que no me impidieran ver a aquel engendro. Continué… pero aún las lágrimas me impedían ver bien, hasta que, liberando las emociones que me oprimían, prorrumpí en llanto.

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