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—Noble hechicera, bienvenida seas a la tierra de los Munchkins. Te estamos profundamente agradecidos por haber matado a la Maligna Bruja del Oriente y liberado así a nuestro pueblo de sus cadenas.

Dorothy la escuchó con gran extrañeza. ¿Por qué la llamaría hechicera, y qué quería significar al decir que había matado a la Maligna Bruja del Oriente? Ella era una niñita inocente e inofensiva a la que el ciclón había alejado de su hogar, y jamás en su vida mató a nadie.

Mas era evidente que la mujercita esperaba una respuesta, de modo que la pequeña contestó tras cierta vacilación:

—Es usted muy amable, pero debe tratarse de un error. Yo no he matado a nadie.

—Bueno, al menos lo hizo tu casa —rio la viejecita—, lo cual viene a ser lo mismo. Fíjate —continuó indicando una esquina de la vivienda—, allí se ven sus pies que sobresalen por debajo de una de las tablas.

Al mirar hacia el lugar indicado, Dorothy dejó escapar un gritito de miedo. En efecto, precisamente debajo del rincón de la casa, veíase asomar dos pies calzados con puntudos zapatos de plata.

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