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DEJEN QUE DOROTHY VAYA A LA CIUDAD ESMERALDA
La ancianita se quitó la pizarra de la nariz y, una vez que hubo leído el mensaje, preguntó:
—¿Te llamas Dorothy, queridita?
—Sí. —La niña levantó la vista y se enjugó las lágrimas.
—Entonces debes ir a la Ciudad Esmeralda. Puede que Oz quiera ayudarte.
—¿Dónde está esa ciudad?
—En el centro exacto del país, y la gobierna Oz, el Gran Mago de quien te hablé.
—¿Es un buen hombre? —preguntó Dorothy en tono ansioso.
—Es un buen Mago. En cuanto a si es un hombre o no, no podría decirlo, pues jamás lo he visto.
—¿Y cómo llegaré hasta allí?
—Tendrás que caminar. Es un viaje largo, por una región que tiene sus cosas agradables y sus cosas terribles. Sin embargo, emplearé mis artes mágicas para protegerte de todo daño.
—¿No irá usted conmigo? —suplicó la niña, que había empezado a considerar a la ancianita como su única amiga.
—No puedo hacer tal cosa; pero te daré un beso, y nadie se atreverá a hacer daño a una persona a quien ha besado la Bruja del Norte.