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En ese momento vio Dorothy los zapatos plateados que habían pertenecido a la Bruja del Oriente y que reposaban sobre la mesa.

—¿Me calzarán bien? —dijo—. Serían lo más apropiado para una caminata prolongada, pues no creo que se gasten.

Quitóse los viejos zapatos de cuero y se probó los otros, viendo que le calzaban como si se los hubieran hecho de medida. Después recogió su cesta.

—Vamos, Toto —ordenó—. Iremos a la Ciudad Esmeralda y preguntaremos al Gran Oz cómo podemos regresar a Kansas.

Cerró la puerta, le echó llave y se guardó ésta en el bolsillo. Luego, mientras que Toto la seguía pegado a sus talones, emprendió su viaje.

Había varios caminos en las cercanías, pero no tardó mucho en hallar el que estaba pavimentado con ladrillos amarillos. Poco después marchaba a buen paso hacia la Ciudad Esmeralda, y sus zapatos de plata resonaban alegremente sobre el amarillo pavimento. El sol brillaba con todo su esplendor y los pájaros cantaban dulcemente, por lo que Dorothy no se sintió tan mal como era de esperar en una niña a la que de pronto sacan de su ambiente familiar y colocan en medio de una tierra extraña.

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