Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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—Estoy ansiosa por volver al lado de mis tíos, pues es seguro que estarán preocupados por mí. ¿Pueden ayudarme a encontrar el camino?
Los Munchkins y la Bruja se miraron unos a otros y luego a Dorothy. Al fin menearon las cabezas.
—Hacia Oriente, no muy lejos de aquí —dijo uno—, está el gran desierto que nadie puede cruzar.
—Lo mismo que en el Sur —declaró otro—, pues yo he estado allí y lo he visto. El Sur es el país de los Quadlings.
—Y a mí me han dicho que en el Occidente es lo mismo —expresó el tercero—. Y ese país, donde viven los Winkies, es gobernado por la Maligna Bruja de Occidente, que te esclavizaría si pasaras por allí.
—En el Norte está mi país —dijo la ancianita—, y en su límite se ve el gran desierto que rodea el País de Oz. Querida mía, mucho temo que tendrás que quedarte a vivir con nosotros.
Al oír esto, Dorothy empezó a sollozar, pues se sentía muy sola entre aquella gente tan extraña. Sus lágrimas parecieron apenar a los bondadosos Munchkins, los que en seguida sacaron sus pañuelos y rompieron también a llorar. En cuanto a la Bruja buena, se quitó el gorro cónico y lo puso en equilibrio sobre la punta de la nariz mientras contaba hasta tres con voz solemne. Al instante, el gorro se convirtió en una pizarra sobre la que estaban escritas con tiza las siguientes palabras: