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Todos la saludaron con amabilidad y la invitaron a comer y pasar la noche con ellos, pues aquella era la residencia de uno de los Munchkins más ricos de la región, y sus amigos habíanse reunido allí para festejar su recién recuperada libertad.

La niña comió con muy buen apetito, siendo atendida personalmente por el dueño de casa, que se llamaba Boq. Después fue a sentarse en un sillón y observó bailar a los invitados.

—Tú debes ser una gran hechicera —dijo Boq al ver sus zapatos de plata.

—¿Por qué? —preguntó la niña.

—Porque calzas zapatos de plata y has matado a la Bruja Maligna. Además, tienes algo de blanco en tu vestido, y sólo las brujas y hechiceras visten prendas blancas.

—Mi vestido es a cuadros azules y blancos —aclaró Dorothy, alisándose algunas arrugas.

—Eres bondadosa en ese detalle —dijo Boq—. El azul es el color de los Munchkins, y el blanco el de las brujas. Por eso sabemos que eres una bruja buena.

Dorothy no supo qué decir, pues todos parecían creerla una bruja, y ella sabía perfectamente bien que era sólo una niña común a la que un ciclón había arrebatado para depositarla allí por pura casualidad.

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