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—Te comprendo perfectamente —asintió la niña, que realmente lo compadecía—. Si me acompañas, pediré a Oz que haga lo que pueda por ti.

—Gracias.

Ambos marcharon hacia el camino, Dorothy le ayudó a saltar la cerca y juntos echaron a andar por la carretera amarilla en dirección a la Ciudad Esmeralda.

Al principio, a Toto no le agradó el nuevo acompañante. Dio vueltas alrededor del muñeco sin dejar de husmearlo como si sospechara que entre la paja había varios nidos de ratones, y a menudo gruñía de manera muy poco amistosa.

—No le hagas caso a Toto —dijo Dorothy a su nuevo amigo—. Nunca muerde.

—No tengo miedo —fue la respuesta—. A la paja no le puede hacer daño. Ahora permite que te lleve la cesta; no me molestará, pues nunca me canso. —Y mientras continuaban la marcha agregó—: Te confiaré un secreto: hay una sola cosa a la que temo en el mundo.

—¿Y qué puede ser? —preguntó Dorothy—. ¿Es el granjero Munchkin que te hizo?

—No —reposo el Espantapájaros—. Sólo le temo al fuego.

CAPÍTULO 4

EL CAMINO DEL BOSQUE

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