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Fue una suerte que se les hubiera unido el Leñador, ya que poco después de reanudar el viaje llegaron a un sitio donde los árboles y las ramas crecían con tal profusión sobre el camino que los viajeros no pudieron pasar. Pero el Leñador se puso a trabajar con su hacha de manera tan empeñosa que muy pronto abrió un paso para todos ellos.

Dorothy iba tan distraída mientras marchaban que no se dio cuenta cuando el Espantapájaros tropezó con un hoyo y cayó rodando a un costado del camino mientras gritaba pidiendo que lo ayudaran.

—¿Por qué no esquivaste el hoyo? —le preguntó el Leñador.

—Me falta inteligencia —fue la alegre respuesta—. Tengo la cabeza llena de paja, ¿sabes?, y es por eso que voy a ver a Oz para que me dé un cerebro.

—¡Ah!, ya entiendo. Pero, al fin y al cabo, un cerebro no es lo mejor que hay en el mundo.

—¿Tú lo tienes?

—No, mi cabeza está enteramente vacía —contestó el Leñador—. Pero en un tiempo tuve cerebro, y también corazón, y, como he tenido ambos, prefiero el corazón.

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