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—Debe ser molesto estar hecho de carne —comentó él en tono meditativo—, pues tienes que dormir, comer y beber. Claro que, por otra parte, tienes cerebro, y eso compensa todos los otros inconvenientes.

Salieron de la casita y marcharon por entre los árboles hasta hallar un manantial de agua dulce donde Dorothy pudo beber y asearse, luego de lo cual comió su desayuno. Al ver que no le quedaba mucho pan en la cesta, se alegró de que el Espantapájaros no tuviera necesidad de comer, ya que apenas tenía lo suficiente para ella y para Toto, y sólo para un día.

Cuando hubo terminado de comer y se disponía a regresar al camino amarillo, la sobresaltó un profundo gemido que se oyó muy cerca.

—¿Qué fue eso? —preguntó en voz baja.

—No lo sé —repuso el Espantapájaros—, pero podemos ir a ver.

En ese momento oyeron otro gemido, procedente de algún lugar a sus espaldas. Girando sobre sus talones, se internaron unos pasos en el bosque y Dorothy descubrió entonces algo que brillaba a los rayos del sol. Corrió en seguida hacia el lugar y se detuvo de pronto lanzando un grito de sorpresa.

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