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—Si ves alguna casa donde podamos pasar la noche, dímelo —pidió a su acompañante—; resulta muy molesto esto de marchar a tientas.
Poco después se detuvo el Espantapájaros.
—A nuestra derecha veo una casita de troncos —anunció—. ¿Vamos allá?
—Sí —respondió ella—. Estoy agotada.
Guiada por su compañero, la niña pasó por entre los árboles hasta llegar a la casita, en cuyo interior hallaron un lecho de ramillas y hojas secas. Dorothy se acostó en seguida, con Toto a sus pies, y no tardó ni un minuto en quedarse profundamente dormida. El Espantapájaros, que nunca se cansaba, quedóse parado en un rincón y allí esperó pacientemente hasta que llegó la mañana.
CAPÍTULO 5
EL LEÑADOR DE HOJALATA
Cuando despertó Dorothy, el sol filtraba su luz por entre los árboles y Toto hacía rato que correteaba persiguiendo a los pajaritos del bosque. El Espantapájaros, por su parte, se hallaba de pie en el rincón, esperándola pacientemente.
—Tenemos que ir a buscar agua —le dijo ella.
—¿Para qué la quieres?
—Para lavarme la cara y para beber, a fin de que este pan seco no se me atasque en la garganta.