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Uno de los árboles tenía el tronco casi enteramente cortado a hachazos, y de pie a su lado, con un hacha en sus manos levantadas, se hallaba un hombre hecho por completo de hojalata. La cabeza, los brazos y las piernas se unían al cuerpo por medio de juntas articuladas, pero la figura estaba perfectamente quieta, como si no pudiera moverse en absoluto.
Dorothy lo contempló asombrada, lo mismo que el Espantapájaros, mientras que Toto lanzaba un ladrido y mordía una de las piernas de hojalata sin causar el menor efecto en ella.
—¿Gemiste tú? —preguntó la niña.
—Sí —repuso el hombre de hojalata—. He estado gimiendo por más de un año, y hasta ahora no me había oído nadie.
—¿Qué puedo hacer por ti? —murmuró Dorothy, muy conmovida ante el tono dolorido con que hablaba el hombre.
—Ve a buscar una lata de aceite y lubrícame las coyunturas —pidió él—. Están tan oxidadas que no puedo moverlas. Si me las aceitan, en seguida mejorará. Hallarás la aceitera en un estante de mi casita.
Dorothy corrió en seguida hacia la casita donde había pasado la noche, halló la lata de aceite y volvió con ella a toda prisa.