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—Esto me enseñará a mirar por dónde camino —dijo entonces—. Si llegara a matar a otro bicho es seguro que volvería a llorar, y las lágrimas me oxidan la mandíbula de tal manera que me es imposible hablar.
De allí en adelante marchó con gran cuidado, fijos los ojos en el camino, y al ver alguna hormiga u otro insecto que se arrastraba por tierra, se apartaba con rapidez a fin de no hacerle daño. El Leñador de Hojalata sabía muy bien que no tenía corazón, razón por la cual se esforzaba más que todos por no ser cruel con nada ni con nadie.
—Ustedes los que poseen corazón tienen algo que los guía y no necesitan equivocarse —manifestó—; pero yo no lo tengo y por eso debo cuidarme mucho. Cuando Oz me dé un corazón, entonces ya no me preocuparé tanto.
CAPÍTULO 7
EN BUSCA DEL GRAN OZ
Aquella noche se vieron obligados a acampar en medio del bosque, debajo de un árbol gigantesco, pues no se veía vivienda alguna por los alrededores. El árbol los protegió muy bien del rocío, y el Leñador cortó una buena cantidad de madera con su hacha, mientras que Dorothy hizo una espléndida fogata que la calentó bastante, haciéndola sentirse menos sola. Ella y Toto comieron los últimos restos del pan, y la niña se dio cuenta ahora de que no habría desayuno para ellos.