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—Yo creo que puedo saltarlo —expresó el León Cobarde luego de medir la distancia con la mirada.

—Entonces estamos salvados —aprobó el Espantapájaros—; tú puedes llevarnos sobre tu lomo a todos nosotros, por una vez.

—Bien, lo intentaré —asintió el León—. ¿Quién irá primero?

—Yo —se ofreció el hombre de paja—, porque si no lograras salvar esa distancia, Dorothy podría matarse o el Leñador se abollaría todo contra las piedras de abajo; pero si me llevas a mí eso no importaría mucho, ya que la caída no me haría daño alguno.

—Yo mismo tengo un miedo terrible de caer —confesó el felino—. Pero supongo que no queda otra alternativa que intentarlo, así que monta sobre mi lomo y haremos la prueba.

El Espantapájaros se instaló sobre el lomo del León, y la enorme fiera fue hasta el borde del barranco y se agazapó.

—¿Por qué no tomas impulso para saltar? —preguntó el hombre de paja.

—Porque los leones no lo hacemos así —fue la respuesta.

Después dio un tremendo envión, voló por el aire y fue a posarse con gran suavidad en el otro lado del zanjón. Todos se sintieron encantados de ver la facilidad con que lo había hecho, y después que el Espantapájaros se apeó de su lomo, el León volvió a saltar sobre la fisura.

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