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Como decidió ser la próxima, Dorothy tomó a Toto en sus brazos y se instaló sobre el lomo del León, agarrándose fuertemente de la melena con una mano. Un momento después le pareció como si volaran por el aire, y luego, antes de darse cuenta de nada más, ya estaban a salvo en el otro lado. El León volvió por tercera vez para trasladar al Leñador, y después se sentaron un rato a fin de dejar descansar a la fiera, pues sus grandes saltos habíanle cortado el aliento y jadeaba como un enorme perro que hubiera corrido demasiado.

De ese otro lado el bosque se presentaba muy tupido, oscuro y bastante lúgubre. Después que el León hubo descansado, continuaron su marcha por el camino amarillo preguntándose cada uno de ellos si alguna vez saldrían de aquella espesura para volver a ver la luz del sol. Para colmo de males, empezaron a oír ciertos ruidos misteriosos procedentes de lo profundo del bosque, y el León les susurró que era en aquella región donde vivían los Kalidahs.

—¿Qué son los Kalidahs? —preguntó Dorothy.

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