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El León se puso furioso al oír la risa con que festejaban la caída del Espantapájaros y, lanzando un rugido atronador, echó a correr cuesta arriba.

De nuevo salió una cabeza a gran velocidad y el enorme León cayó rodando por la colina como si le hubiera golpeado una bala de cañón.

Dorothy corrió para ayudar al Espantapájaros a levantarse, y el León fue hacia ella, sintiéndose dolido y molesto, al tiempo que decía:

—Es inútil combatir con gente que dispara la cabeza como si fuera una bala. Nadie podría enfrentarlos.

—¿Qué hacemos entonces? —preguntó ella.

—Llama a los Monos Alados —sugirió el Leñador—. Todavía puedes darles una orden más.

—Muy bien —repuso ella y, poniéndose el Gorro de Oro, pronunció las palabras mágicas.

Los Monos fueron tan puntuales como siempre, y en pocos momentos estuvo toda la banda frente a ella.

—¿Qué nos ordenas? —preguntó el Rey, haciendo una reverencia.

—Llévanos por sobre esta colina hasta el país de los Quadlings —pidió la niña.

—Así se hará —repuso el Rey.

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