Читать книгу 100 Clásicos de la Literatura онлайн
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―Sí, será mejor que lo diga yo.
Tom siguió pedaleando, mientras John se detuvo ante la puerta de Dove-cote.
Al llegar Tom, Jo estaba sola, lo cual alegró al muchacho.
A la señora Bhaer le bastó una mirada para darse cuenta de que algo anormal ocurría.
―¡Bien venido, Tom! ¿Ocurre algo?
―Un lío. Un lío tremendo. Y me encuentro en medio, liado a más no poder.
―Bueno, eso no me sorprende. Es una especialidad tuya. ¿De qué se trata? ¿Has atropellado a alguien con tu bicicleta?
―Peor, mucho peor ―gimió Tom.
―¿No te habrás atrevido a recetar a nadie, verdad? Eres capaz de administrar estricnina sin darte cuenta.
―No, no es eso. Es aún peor.
―Me doy por vencida. Dime pronto qué es lo que pasa, porque ya estoy intrigada.
Tom puso una cara de auténtico pesar.
―Tengo novia.
Aquello era lo último que Jo podía esperar. Por unos instantes quedó silenciosa, con gesto de asombro.
―¿De manera que lo has conseguido? ¡No se lo perdonaré nunca a Nan! ¡Adiós carrera!
―No, no, señora Bhaer. No se trata de Nan. Es otra muchacha.