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La incorporación de Alfonso a la hueste fue la ocasión que su padre aprovechó para apretar el cerco sobre Sevilla, arrimando su campamento a los muros de la ciudad. El heredero apostó su vivaque en la zona palaciega de la Buhaira y desde allí se pudo controlar el sector comprendido entre el alcázar y la Puerta de Carmona, una de las entradas a la ciudad amurallada.

Los ataques cristianos se concentraron en romper un puente de barcas unidas entre sí mediante fuertes cadenas de hierro y que vinculaban la ciudad con el castillo de Triana, una ciudadela fortificada que servía como defensa del paso de los navíos en la confluencia de los caminos procedentes de las comarcas La Vega y Aljarafe. El 3 de mayo de 1248, los dos barcos más potentes de Ramón Bonifaz embistieron a toda la velocidad contra ese puente. Así lograron destruirlo, con lo cual interrumpieron las comunicaciones de los musulmanes entre las dos orillas del río Guadalquivir, partiendo el territorio de Sevilla a la mitad. La ciudad quedó totalmente aislada.

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